Queda la marca, no más, de un hábito interior
que incidió una y otra vez
en el mismo lugar donde comenzó su castigo.
Cual niño distraído que agujerea el papel con el rotulador
por insistir al colorear.
Horada. Atraviesa la hoja y destroza el dibujo.
Castiga la herida que ya no puede ser más herida.
Fueron las alas pesadas de un pájaro enfermo que no alzan,
pero desbaratan en el intento,
dejando un rastro de polvo oscuro, de cenizas
suspendidas en el aire que respiramos todos
hasta toser unas bolas pestilentes y rancias como chapapote.
El hedor de un mar enfermo
con su orilla escupiendo terca un pus de algas muertas y viejas.
Queda la marca, no más,
de todo aquello que estuvo en mí a la vez y es más,
estuvo cómodamente en mí.